El Crucero nació en EEUU en 1938 con el nombre de PHOENIX, nombre en homenaje a la capital de Arizona. Formó parte de la Marina estadounidense y soportó el ataque japonés a la Base Pearl Harbor. En el año 1951, la Armada Argentina adquirió el crucero, lo incorporó a su flota de mar con el nombre de A.R.A. “General Belgrano”. Más de 10 000 hombres lo tripularon durante treinta años en adiestramientos e instrucción militar hasta el 2 de mayo de 1982 cuando fue hundido por un submarino inglés cumpliendo una misión de combate durante la Guerra de Malvinas.
Durante el conflicto de Malvinas, el Crucero partió de la Base Naval de Puerto Belgrano con 1093 tripulantes a bordo el 16 de abril, con destino a la Isla de los Estados. Navegó siempre cerca de la costa y en total silencio radioeléctrico, para ocultar posición , atacar por sorpresa si era necesario y evitar ataques de submarinos. Hubo momentos de mucha ansiedad, situaciones de incertidumbre como cuando una noche estuvo a punto de atacar un barco mercante que no respondió al pedido de identificación. El 22 de abril entró a Ushuaia a reabastecimiento y el 24 zarpó rumbo a la Isla de los Estados. El día 28 de abril se incrementó el grupo con otros Destructores y un Buque tanque de YPF. El día 30 de abril el Crucero Gral. Belgrano fue reabastecido de combustible en medio de una situación de alarma de ataque aéreo, por lo cual se suspendió de inmediato el abastecimiento hasta tanto no se verificara que se trataba de un avión argentino que tuvo dificultades en su radar de comunicaciones. Mientras tanto, el 1º de mayo, el submarino “Conqueror” detectó con sus periscopios la figura del Crucero, pero aún no tenía órdenes de atacar.
2 DE MAYO: El pronóstico del tiempo era malo para las horas siguientes. A las 16.01 hs, el crucero se sacude violentamente, producto de una poderosa explosión. Pocos segundos después, una segunda explosión parecía volar el buque por el aire. Quienes se encontraban en el comedor, a pocos metros de la primera explosión, vieron por un enorme boquete, que avanzaba una gran bola de fuego. Inmediatamente, comenzó la inclinación, se apagaron las luces y los motores. Se destruyeron todos los sistemas de emergencia. El buque tenía setenta y dos balsas salvavidas (sesenta y dos eran necesarias y el resto eran reserva). Pronto llegó la orden de abandonar el buque, mediante simples megáfonos de mano y se retransmitía gritando lo más alto posible. Es una imagen que aun hoy, los sobrevivientes retienen, es la de quienes transportaron sobre sus hombros a camaradas heridos y rescatados en un marco de incendios, inundaciones, enclaustramiento, oscuridad y pedidos de auxilio. Los médicos y enfermeros sólo podían atender los casos graves y se reservaban las aplicaciones de morfina. Se arrojaron como pudieron, las balsas al agua, que se abrieron automáticamente al caer. La camaradería, el espíritu de equipo y la asistencia son algunas de las tantas actitudes positivas que podemos destacar. El hundimiento se producía en forma muy veloz. Desde las balsas, se podía ver la inclinación. El temor era una vuelta de campana, que podría formar un vacío y arrastrar al fondo del mar las balsas más cercanas. Todo era pánico. Cuando ya nada quedaba por hacer a bordo, ni por los hombres ni por el buque, el comandante se arrojó al agua, nadó hasta un grupo de balsas, con el riesgo de ser absorbidas por el gran vacío que produciría el crucero al hundirse. Allí quedaron 323 héroes en el Belgrano o en el mar, como guardianes del sublime concepto de amor a la Patria. A las 16.50, ya nadie, fuera de las balsas, quedó con vida. Muchas lágrimas de rabia, emoción, impotencia, tristeza, dolor o tributo fueron testigos de los minutos finales.
TRAVESIA EN LAS BALSAS: Pronto comenzaron angustias y problemas nuevos. Las balsas sobrecargadas comenzaron a hacer agua, remos rotos, flotadores desinflados, fuertes golpes, vómitos, dolores…. pegados unos a otros para darse calor… sufrimientos ajenos y propios. Vientos fríos de más de 100 kilómetros por hora, olas de casi diez metros de altura, torrentes de agua sobre los techos aplastaban a los sobrevivientes sobre el piso quienes usaban las espaldas para darle mayor rigidez a la estructura. Hubo balsas sumergidas en el mar y otras que dieron vuelta 360 grados, para luego recuperar la estabilidad. “Orinábamos en bolsas de plástico para usarlas como bolsas de agua caliente”, recuerdan sus tripulantes. Transcurrieron casi veinte horas, hasta que el ruido de un avión de rescate conmovió a todos. Mientras aviones y buques se enfrentaban a la tempestad de esa noche, una mancha de petróleo se extendía en el mar como un mensaje que el crucero enviaba desde tres mil metros de profundidad para orientar la búsqueda.. Las últimas balsas se rescataron el día 4 de mayo, la atención a los sobrevivientes fue más allá de lo esperable.